martes

El estiércol y las rodillas.

Caminábamos por el pasillo gris, de acero, lleno de luces de colores, y con puertas por todos lados, pero sin picaporte.

Decíamos que comprábamos, pero en realidad mordíamos, tragábamos, deglutíamos, con mandíbulas llenas de dientes deformes, ahogados en saliva.

Bien pudimos habernos detenido en ese momento, y cesar esa orgía con gusto a grasa, carne cruda y vomito. Pero entonces vimos esas flores, tan hermosas, tan delicadas.

Abrimos la mandíbula, con los ojos brillando con la crapulencia, y el peso de toda una vida de vivir bajo nubes de estiércol nos aplastó.

Las rodillas se rompieron. Y ahí quedamos.


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