Decíamos que comprábamos, pero en realidad mordíamos, tragábamos, deglutíamos, con mandíbulas llenas de dientes deformes, ahogados en saliva.
Bien pudimos habernos detenido en ese momento, y cesar esa orgía con gusto a grasa, carne cruda y vomito. Pero entonces vimos esas flores, tan hermosas, tan delicadas.
Abrimos la mandíbula, con los ojos brillando con la crapulencia, y el peso de toda una vida de vivir bajo nubes de estiércol nos aplastó.
Las rodillas se rompieron. Y ahí quedamos.
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